20/12/13

JUEGO DE ESTATUAS


Ahí estaban, tomados de la mano, mirándose a los ojos, sin parpadear, sin respirar, pálidos, sin grietas, con una leve capa de cal cubriendo su rostro, su cabello y todo su cuerpo. Federico recorría el parque buscando paz y calma cuando los descubrió. No atinó a llamar a la emergencia pues creyó que eran estatuas sin terminar. Dio un último sorbo a su café y volvió a la oficina. Más tarde, cuando llegó a su hogar, la tele le mostró una escena dantesca: “ Pareja muerta en el parque”; era la estatua, pensó , no pudo hacer más que sentarse a mirar y verse caminando con un café en la mano, pasando a escasos centímetros. -¿Dónde estaba esa cámara? ¡Por qué pasé por ahí? ¿Por qué me detuve a mirarlos? Su gesto se transformó cuando vio a una viejita que decía haber escuchado ruidos en la noche y que el joven era un curioso y no otra cosa. -¿Quién se quedaría mirando absorto la escena del crimen, si no fuese un curioso? – Sentenció. El celular de Federico comenzó a sonar insistentemente, primero la novia, después, el padre, más tarde la hermana y por último el abogado de la empresa para la cual trabajaba. Todos tenían la misma pregunta. -¿Qué hacías ahí?, todas tenían la misma respuesta: -Tuve una discusión con un subalterno y bajé a despejarme. Todos preguntaban por qué no había llamado a la emergencia: - Los creí estatuas. Los días subsiguientes pasaron raudos, entre el trabajo, y la vida cotidiana. Se había olvidado de la pareja del parque. Cuando una mañana de domingo le llegó una citación de un juez para una indagatoria. El café se le atragantó y casi mancha la nota en un absceso de tos. -Yo no fui- se repetía-yo pasé por ahí y vi una estatua a medio terminar- Eso mismo repitió delante del juez, que lo miraba como un médico a una radiografía. Pero su señoría siguió indagando: -Si yo le digo Sara Orcoyent, ¿usted qué dice? -Sarah es una amiga del club, practicamos tennis todos los sábados. -¿El sábado practicaron? -No, a decir verdad, no la veo desde hace varias semanas. -¿Quién es Rodolfo Márquez? -El novio de Sarah, se están por casar en varios meses. ¿A qué viene todo esto? -Las preguntas las hago yo – cortó el sr juez y continuó: -¿Con quién discutió el día del descubrimiento en el parque? -Con un subalterno. -¿Quién era? ¿Sobre qué discutió? A Federico le empezaron a transpirar las manos, un nudo le trabó la voz en la garganta, casi se quedó sin aliento. La voz del juez se desvanecía y él, sin dominio ya de lo que estaba diciendo, comenzó a relatar algo que su mente había tratado de guardar desde hacía un tiempo: -Yo amaba a Sarah- comenzó – me puse de novia con Celina, la prima, cuando descubrí que ella estaba de novia con Rodolfo. No sé por qué lo hice, sólo sé que Celina me pasaba información sobre ella. Jugábamos al tenis en dobles, y después solos. Una mañana le propuse que deje a su novio y que nos vayamos juntos. Ella se negó rotundamente. Desde ese día empecé a idear mi venganza, Sarah amaba las estatuas, tanto que las construía en la empresa de su amado Rodolfo. Si ella no era mía, no iba a ser de nadie más – suspiró con alivio y culpa, volvió a abrir los ojos, que en algún momento había cerrado y miró al juez. -Creo joven que está en un serio problema – sentenció el juez, y preguntó nuevamente -¿Con quién discutió y por qué bajó al parque esa mañana? -Estaba en la empresa cuando llegó el yesero, dijo que la obra de arte estaba concluida, que había surgido un inconveniente menor, pero que ya lo había subsanado. Cuando pregunté por el inconveniente, me dijo que el novio de la chica había aparecido en el momento de la creación. No sé por qué pero monté en cólera, nadie tenía que saberlo, y ahora estaba todo mal. Le di el dinero al yesero, tal como habíamos acordado y salí a despejarme, algo se me tenía que ocurrir. Pasee por el parque y me detuve frente a una nueva estatua. En ese momento un mensaje entró a mi celular, el yesero me decía: -¿Le gusta cómo quedaron las estatuas? Las traje al parque para que las recuerde siempre- El juez hizo una seña al policía, quien se acercó y leyéndole sus derechos, esposó a Federico. Él no se resistió, mas sus ojos se llenaron de lágrimas, mientras caminaba hacia la salida, custodiado por el agente y el juez. Edith Tessari 5 de noviembre de 2013

8/10/13

MAR Y TIEMPO ( 8 de octubre 2013)


Luciana recorría las playas con su vestido blanco vaporoso, sombrero de paja y trenzas largas como suspiros. El mar bañaba sus pies, la espuma y los caracoles se enredaban tras sus pasos. En una mano partituras, en la otra un bastón. Cerca de una pequeña casa de tejas azules, giró instintivamente playa arriba y se perdió entre médanos y bosques. Yo la miraba sentado desde una roca, como cada mañana; nunca me animé a hablarle, sólo la miro, día tras día, mes tras mes, año tras año. Hace mucho que la conozco, desde pequeños jugábamos juntos, pero a partir del incendio nada fue igual. Luciana era una adolescente de figura esbelta, muy aplicada y amante de la naturaleza cuando perdió a sus padres en un accidente y se incendió la casa de sus abuelos con pocos días de diferencia. Pasó de casa en casa, hasta que unos tíos desalmados la internaron en un colegio lejos del mar y de su amado bosque. En ese lugar sufrió los peores castigos por intentar seguir siendo ella misma, libre y soñadora. Muchas veces quisieron darla en adopción, pero ella se negaba, prefería recordar en soledad a sus padres y abuelos. Cuando cumplió la mayoría de edad, la mandaron a vivir y trabajar a un convento, porque nadie quería tenerla como familia más allá de su bondad y la eterna tristeza, el incendio había dejado una huella en ella. Luciana era ciega, pero no de nacimiento, perdió la vista cuando perdió a su familia. Dijeron que era psicológico pero la oscuridad se hizo eterna. Ahí viene, la veo cruzar la playa instintivamente cada mañana, todos le temen, pero yo solo sé que es un alma en pena. Ahí va, con su bastón blanco, respirando la brisa, dobla hacia la izquierda entre los médanos, por la calle de los rosales hasta el pequeño convento donde todas las tardes, con la primera estrella, canta en su mecedora, las canciones de la infancia que oía de su abuela. Soy Nicolás, trabajo pescando en mi barca de madera, jamás formé familia, me enamoré de Luciana desde niños, ella lo sabe, cuando se fue de pupila le juré que la esperaría. Aquí me tienen, luego de que ella volvió, intenté acercarme más de una vez, pero ella, su ceguera y soledad pasaban ante mí y seguían camino. Por eso decidí conformarme con mirarla pasar, verla envejecer, esperarla hasta el final. Pero hace un par de días, escuché su voz de viento junto a mi oído: - Hola, tu perfume se acerca cada vez que paso y me dice que sos Nicolás. - Hola, estás tan etérea y cristalina que por momentos pareces espuma, o cielo, o viento. Ella se rió con ganas, me tomó del brazo y dijo: - Me esperaste, no era mentira. - Nunca mentí, jamás te olvidé. - Es momento de volver, entonces. ¿Me acompañás en mi caminata? - Te acompaño hasta el fin del mundo. Luciana y Nicolás recorren el borde de la playa, el sol se pone en el mar, ellos, etéreos, tranquilos lograron que el destino los volviera al camino. Luciana con sus trenzas eternas, sus cabellos plata y sus ojos mar, mira por primera vez el rostro, dibujado por la sal, de Nicolás. Recorre con sus manos su canoso cabello entrefino y suspira: - Gracias. Edith Tessari 8 de octubre de 2013

10/2/13

DECIR NO

Recorre con sus dedos, la perfecta línea del doblez de un papel glasé. Sus ojos se centran en un punto y sus dedos doblan a la perfección, con exactitud milimétrica cada triangulito, hasta formar el papelito en una flor. Cada doblez es un impulso que lo lleva a sonreír. Hace años que hace esto, desde que la vida le llevó lo más preciado, desde que las drogas lo alejaron del mundo de los vivos, lo llevaron a su autodestrucción. Andrés paseaba a su perro el día que conoció a Paco, un par de pibes del barrio se encontraban en la esquina tomando cerveza y fumando algo que los llenaba de risa. Se acerco curioso: -¿Querès probar? – Una voz interna dijo: -no- , pero no fue tan fuerte como la curiosidad que sentía. Si hubiese estado ahí su mejor amigo, su padre o alguien, no hubiese probado, pero estaba su perro. Primero sintió un humo intenso internándose en su garganta, se ahogó, le llenó los ojos de lágrimas. La segunda bocanada le liberó la imaginación, que salió despedida a un mundo geométrico de colores vivos. Tomó un sorbo del pico de la botella y ya no recordó más. Cuando despertó estaba en su cama, bien tapado, era de día. Pensó que había sido un sueño, pero al intentar levantarse de la cama, un asco en el estómago lo trajo a la realidad. ¿Qué era eso que fumó? ¿Cómo llegó a su casa y a su cama? Ninguna pregunta tuvo respuesta pero todas llevaban al paseo con el perro. Desde ahí su rumbo se torció, empezó su descenso directo, ser gloria del equipo de fútbol al que no la ve ni cuadrada, a sus notas les faltaba el cero a la derecha. Llamaron a sus padres más de una vez para tratar de encontrar una solución, pero ellos estaban demasiados preocupados por su vida profesional como para diese cuenta de lo que sucedía. Atribuían al cambio de edad y a todo respondían: -Ya va a pasar. Pero nada pasó, todo siguió su curso, el marcado por Paco. No le alcanzaba su mensualidad, y empezó a robarle a su familia, primero de a poquito, luego abiertamente. Llegó a intentar golpear a su abuela para que le dé todo el dinero que pudiese. Eso fue el punto cúlmine. Ahí se le cerraron las puertas, sus padres reaccionaron de la peor manera, lo internaron en una clínica y se desentendieron de él. Andrés se sentía acorralado, le faltaban los colores de su mente, sentía que se secaba como una planta sin riego. Ese mundo no era el suyo, pero tampoco sabía cuál era su mundo. Se miraba y sólo veía espejos rotos a su alrededor. Una tarde, estaba sentado bajo los árboles de la clínica haciendo flores de papel cuando se acercó una mujer que parecía conocerlo decía ser su madre, pero él no recordaba a nadie, solo a la enfermera que lo ayudaba a salir de esto. -Hola – dijo ella sentándose a su lado. -¿Quién sos? -Amanda, tu mamá. -Yo no tengo mamá, ella me dejó acá cuando era chico y se murió. Su madre parecía consternada, de pronto rompió en un llanto abrupto y le pidió perdón. Le dijo que todos estos años lo extrañó, pero que su padre no la dejaba venir porque sentía que lo que él le había hecho era una humillación. -No entiendo nada, no sé quien sos, a mí me dejaron acá drogado, sucio, borracho. Esperé mucho tiempo a que me vengan a buscar, pero nadie vino y de la nada aparecés vos, diciendo que sos mi mamá, perdóname, pero no te creo – dijo con una calma que solo hizo que ella llorara más. El sol se ocultaba cuando llegó la enfermera con un toallón y sus ojotas. -Andrés, cielo, es la hora de tu baño – y agregó – veo que ya viste a tu mamá. -Esa señora no es mi mamá, mi mamá es la que me cuido, bañó la que se bancó mis crisis de abstinencia, la que me enseño a leer y a escribir, a hacer estas rosas, mi mamá sos vos – dijo al borde de las lágrimas. Amanda lo miró, secó sus lágrimas y se fue. Andrés y Lucía, la enfermera, se quedaron bajo el árbol un rato más, en silencio; luego siguieron con la rutina. Pasaron unos quince meses desde ese encuentro, una mañana del mes de abril, luego de un control exhaustivo los médicos le dan el alta y Andrés sale de la clínica acompañado por Lucía, ahora su acompañante terapéutico, él había encontrado un trabajo como florista y vivía en el departamento heredado de sus padres. Se sentía feliz con su recuperación. Ya era un señor de treinta años. Había perdido su adolescencia y parte de su juventud, pero todavía conservaba su vida, una muy nuevita para estrenar. Una tarde salió a pasear con su perro, solo, en una esquina, un par de pibes fumaban paco y tomaban cereza. -¿querès probar? -No, gracias. -Pero, te hace volar. -No gracias -Sos un cagòn -No – dijo – soy un sobreviviente de esa cosa que te quema el cerebro. -¡Es un amigo! -No, si fuese un amigo no me hubiese hecho perder todo. Y Andrés siguió su paseo con el perro, pensando lo que se hubiese evitado, si cuando tenía quince años, hubiera dicho NO. (12-noviembre – 2010)Edith Andrea Tessari

HERMANOS


Llegamos a Ushuaia con el frío en los huesos. -Mi vida por un chocolate caliente, casi aullé, bajando del auto. Entramos en una posada, pedimos un cuarto. Tardé casi media hora en entrar en calor bajo el agua pelante de la ducha. Ya lista subimos al comedor. La vista de la bahía nevada era imponente, el cielo estaba estrellado, aquella noche del 15 de julio de 2010. Al día siguiente comenzaríamos nuestra nueva vida, nuestros volver a empezar. Pero rebobinemos, soy Candela y con mi hermano Waldo logramos huir de un infierno. Vivíamos en una casita de las afueras de la capital, los dos somos profesionales, él ingeniero y yo odontóloga. Nuestros padres nos dejaron en un orfelinato, porque no podían mantenernos. Nos quisieron adoptar muchas veces por separado, pero nos negábamos sistemáticamente. Somos mellizos, cuando cumplimos la mayoría de edad decidimos buscar a nuestros padres, o queríamos echarles en cara nada, sólo saber qué pasó. . Buscamos en registros, nada, como si se los hubiese tragado la tierra. Entramos en la universidad y al mismo tiempo trabajábamos para pagar la pensión, que después de un tiempo dejamos, para vivir en la casita. Ahí empezaron los problemas, en esa casa, con los vecinos. Ni mi hermano, ni yo, formamos pareja, vivíamos felices juntos, como habíamos aprendido de niños, el miedo de no tenernos, siempre estuvo latente. Yo tenía el consultorio en casa y él trabajaba en una fábrica cerca de la zona. Nos llevábamos muy bien, cada uno tenía su espacio, pero compartíamos muchos momentos juntos, hacíamos tareas de la casa, las compras, trámites. Una tarde de primavera, una vecina vino con un dolor intenso de muelas, entre el arreglo y la anestesia comenzó a hablarme preocupada de lo que se veía en el barrio. Me preguntó si Waldo era mi marido y cuando escuchó que era mi hermano, al grito de: -¡¡¡¡¡Incesto!!!! – salió de casa sin dejarme terminar de hablar. Cuando llegó mi hermano a casa, no le dio importancia, dijo que eran cosas de chismosas. Pero todo se fue agravando, carteles, pintadas en el frente, vino el cura a exorcizar la casa, nos demandaron, perdí a todos mis pacientes. Por ese tiempo a Waldo lo trasladan al fin del mundo, a dirigir una empresa. Le pedí que no me deje en este lugar, y él, con una mirada de asombro, dijo: -No te dejé en el orfanato, menos te voy a dejar acá. Salimos de noche, en el auto, recorrimos, en silencio, miles de pueblos. Al fin, al llegar a destino nos pusimos de acuerdo. Yo trabajaría en una clínica o en un consultorio, fuera de casa; él, en dirigiendo la fábrica de telefonía celular. Para el afuera seríamos un matrimonio sin hijos, sólo nosotros conoceríamos la verdad. Edith Tessari (12-julio- 2011)