3/1/09

TU VIDA Y LA DE LOS OTROS

"Jeanne Hébuterne", Amedeo Clemente Modigliani

TU VIDA Y LA DE LOS OTROS


...”Recorro calles de sombra
y no encuentro un atisbo
esmeralda que me sirva
para salir de este agujero interior.
Es una locura internalizada
a causa de guerra, violencia, gritos”...

Mariela se levanta del lecho y corre las cortinas. Aún no aclaró, pero sin embargo ve la ciudad vacía, como si la paz volviera a caminar entre los hombres. Gira su mirada hacia atrás y allí está él, somñoliento, resfregándose los ojos para intentar definir una figura ya que miles de puntitos azules se lo impiden.
El paisaje exterior parece no darse cuenta de lo que sucede allí. El sol brilla en una sinfonía de rojos, naranjas, lilas, fuccias. Una brisa cálida trae reminiscencias de humeante café con leche matinal y del tesoro del pan caliente con manteca y miel.
Marcos, ya de pie, recorre la casa tratando de enterarse de “eso” que celosamente guarda su mujer. está más callada que de costumbre y no se aparta de la ventana; no responde a nada ni a nadie. Quiere abrazarla pero el tiempo corre y él no llega a la oficina.
Encuentros y desencuentros; amor y desamor. Mariela absorbida por un pasado que no vivió y lo recuerda claramente presente, no se da cuenta de la ausencia de su marido y comenta:
-Mi amor,¿tú crees que la guerra volverá a cruzarse en nuestros destinos?
Al no tener respuesta, reitera la pregunta. Un silencio total le da la pauta de que se ha ido. Angustia y frío corren por sus venas y no sabe por qué.
El sol apuntalado en el cenit, reconforta a Marcos que sale para comer. Recordándola en sus primeras semanas de casados, sus manos suaves, su boca roja, sus ojos vivarachos de un color indefinido y puro, observa que entre ellos las puertas estaban abiertas de par en par, no había secretos y la risa los envolvía a cada paso. Mas, en este preciso momento, las puertas estaban clausuradas; el misterio y la sombra se hacían insostenibles.
La casa desordenada mostraba aquel infierno que se dejaba reflejar en sí misma. La guerra que no vivió, la sangre que no tocó y los ritos que nunca oyó, la convertían en una autómata, nada era lo mismo. Y el mundo le abría las ventanas para dejarla mirar.
Desesperada corrió al teléfono marcó unos números y oyó una voz masculina que le decía:
-servivio de llamadas internacionales, buenas tardes –
Sin saber qué decir, no saber a quién llamar cortó y romió en un llanto quebrado y sin fuerzas. Ya no quería más vivir; poco le importaba su marido, quien sabría aceptar la realidad y ser feliz.
El sol con pasos lentos dejaba que la oscuridad se reflejara con todo su esplendor en las calles de Buenos Aires. Marcos abrió la puerta, las ventanas abiertas de par en par le hicieron sentir terror en un instante. Vociferando su nombre por toda la casa no encontró más que una carta:

“No puedo salir de este agujero negro que me absorbe y vuelve loca.
Me voy, no me busques, estaré tan lejos como la luna que te mira
absorta”....


Otra vez comienza el ciclo y el sol despunta sus rayos dorados
... pero todo acabó...

Edith Andrea Tessari de Méndez (1999)