8/10/13

MAR Y TIEMPO ( 8 de octubre 2013)


Luciana recorría las playas con su vestido blanco vaporoso, sombrero de paja y trenzas largas como suspiros. El mar bañaba sus pies, la espuma y los caracoles se enredaban tras sus pasos. En una mano partituras, en la otra un bastón. Cerca de una pequeña casa de tejas azules, giró instintivamente playa arriba y se perdió entre médanos y bosques. Yo la miraba sentado desde una roca, como cada mañana; nunca me animé a hablarle, sólo la miro, día tras día, mes tras mes, año tras año. Hace mucho que la conozco, desde pequeños jugábamos juntos, pero a partir del incendio nada fue igual. Luciana era una adolescente de figura esbelta, muy aplicada y amante de la naturaleza cuando perdió a sus padres en un accidente y se incendió la casa de sus abuelos con pocos días de diferencia. Pasó de casa en casa, hasta que unos tíos desalmados la internaron en un colegio lejos del mar y de su amado bosque. En ese lugar sufrió los peores castigos por intentar seguir siendo ella misma, libre y soñadora. Muchas veces quisieron darla en adopción, pero ella se negaba, prefería recordar en soledad a sus padres y abuelos. Cuando cumplió la mayoría de edad, la mandaron a vivir y trabajar a un convento, porque nadie quería tenerla como familia más allá de su bondad y la eterna tristeza, el incendio había dejado una huella en ella. Luciana era ciega, pero no de nacimiento, perdió la vista cuando perdió a su familia. Dijeron que era psicológico pero la oscuridad se hizo eterna. Ahí viene, la veo cruzar la playa instintivamente cada mañana, todos le temen, pero yo solo sé que es un alma en pena. Ahí va, con su bastón blanco, respirando la brisa, dobla hacia la izquierda entre los médanos, por la calle de los rosales hasta el pequeño convento donde todas las tardes, con la primera estrella, canta en su mecedora, las canciones de la infancia que oía de su abuela. Soy Nicolás, trabajo pescando en mi barca de madera, jamás formé familia, me enamoré de Luciana desde niños, ella lo sabe, cuando se fue de pupila le juré que la esperaría. Aquí me tienen, luego de que ella volvió, intenté acercarme más de una vez, pero ella, su ceguera y soledad pasaban ante mí y seguían camino. Por eso decidí conformarme con mirarla pasar, verla envejecer, esperarla hasta el final. Pero hace un par de días, escuché su voz de viento junto a mi oído: - Hola, tu perfume se acerca cada vez que paso y me dice que sos Nicolás. - Hola, estás tan etérea y cristalina que por momentos pareces espuma, o cielo, o viento. Ella se rió con ganas, me tomó del brazo y dijo: - Me esperaste, no era mentira. - Nunca mentí, jamás te olvidé. - Es momento de volver, entonces. ¿Me acompañás en mi caminata? - Te acompaño hasta el fin del mundo. Luciana y Nicolás recorren el borde de la playa, el sol se pone en el mar, ellos, etéreos, tranquilos lograron que el destino los volviera al camino. Luciana con sus trenzas eternas, sus cabellos plata y sus ojos mar, mira por primera vez el rostro, dibujado por la sal, de Nicolás. Recorre con sus manos su canoso cabello entrefino y suspira: - Gracias. Edith Tessari 8 de octubre de 2013