10/2/13

HERMANOS


Llegamos a Ushuaia con el frío en los huesos. -Mi vida por un chocolate caliente, casi aullé, bajando del auto. Entramos en una posada, pedimos un cuarto. Tardé casi media hora en entrar en calor bajo el agua pelante de la ducha. Ya lista subimos al comedor. La vista de la bahía nevada era imponente, el cielo estaba estrellado, aquella noche del 15 de julio de 2010. Al día siguiente comenzaríamos nuestra nueva vida, nuestros volver a empezar. Pero rebobinemos, soy Candela y con mi hermano Waldo logramos huir de un infierno. Vivíamos en una casita de las afueras de la capital, los dos somos profesionales, él ingeniero y yo odontóloga. Nuestros padres nos dejaron en un orfelinato, porque no podían mantenernos. Nos quisieron adoptar muchas veces por separado, pero nos negábamos sistemáticamente. Somos mellizos, cuando cumplimos la mayoría de edad decidimos buscar a nuestros padres, o queríamos echarles en cara nada, sólo saber qué pasó. . Buscamos en registros, nada, como si se los hubiese tragado la tierra. Entramos en la universidad y al mismo tiempo trabajábamos para pagar la pensión, que después de un tiempo dejamos, para vivir en la casita. Ahí empezaron los problemas, en esa casa, con los vecinos. Ni mi hermano, ni yo, formamos pareja, vivíamos felices juntos, como habíamos aprendido de niños, el miedo de no tenernos, siempre estuvo latente. Yo tenía el consultorio en casa y él trabajaba en una fábrica cerca de la zona. Nos llevábamos muy bien, cada uno tenía su espacio, pero compartíamos muchos momentos juntos, hacíamos tareas de la casa, las compras, trámites. Una tarde de primavera, una vecina vino con un dolor intenso de muelas, entre el arreglo y la anestesia comenzó a hablarme preocupada de lo que se veía en el barrio. Me preguntó si Waldo era mi marido y cuando escuchó que era mi hermano, al grito de: -¡¡¡¡¡Incesto!!!! – salió de casa sin dejarme terminar de hablar. Cuando llegó mi hermano a casa, no le dio importancia, dijo que eran cosas de chismosas. Pero todo se fue agravando, carteles, pintadas en el frente, vino el cura a exorcizar la casa, nos demandaron, perdí a todos mis pacientes. Por ese tiempo a Waldo lo trasladan al fin del mundo, a dirigir una empresa. Le pedí que no me deje en este lugar, y él, con una mirada de asombro, dijo: -No te dejé en el orfanato, menos te voy a dejar acá. Salimos de noche, en el auto, recorrimos, en silencio, miles de pueblos. Al fin, al llegar a destino nos pusimos de acuerdo. Yo trabajaría en una clínica o en un consultorio, fuera de casa; él, en dirigiendo la fábrica de telefonía celular. Para el afuera seríamos un matrimonio sin hijos, sólo nosotros conoceríamos la verdad. Edith Tessari (12-julio- 2011)

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