13/11/11

EL ESLABÓN PERDIDO


Mariquela juntaba caracoles rosas mientras caminaba por
la orilla del mar. Pensaba en la soledad de los acantilados;
en la paz que recorría sus venas cuando cabalgaba en el pangaré al atardecer, con el sol a sus pies.
Vivía en un pueblo muy cerca de la costa, era hija de un arqueólogo y una geóloga. Su padre recorría el mundo buscando el eslabón perdido entre el hombre y el dios. Su madre explicaba al mundo los misterios de las profundidades terrestres y marítimas.
Mariquela tenía quince años cuando sus padres se separaron, participó de discusiones atroces, fotos rotas y desparramadas por la infancia, libros divididos, huesos tirados por el aire sin destino previsto.
Habían pasado ya diez años de todo aquello. Ella intentaba reconstruir su vida pero, por más buena voluntad que ponía, nada le salía bien.
Un atardecer salió con su pangaré, Chile era mucho más mágico en ese momento del día, cuando llegó a la línea divisoria entre el aire y la tierra bajó de su caballo y caminó como una equilibrista por el borde del precipicio. Así la encontró Nicanor, un muchacho extranjero que andaba por ahí en búsqueda de aventura.
- ¿Qué hacés? - dijo él asustado
- Soy equilibrista del circo de la vida, el límite es algo poderoso. Pero, ¿Quién sos?
- Nicanor Solari, aventurero prudente, pero aventurero al fin.
- Mariquela Luna, ser humano por sobre todas las cosas. ¿Qué te trajo a este paraje mágico e inquietante?
- Cosas. Pero lo que me atrajo fue el aullido del viento, las olas golpeándose la cabeza contra las piedras, yendo y viniendo una y otra vez. La vida y la muerte enfrentadas en el mar tragándose al sol y devolviéndolo a la vida cuando comience el ciclo que termina hoy y empieza mañana. ¿Y a vos?
- En este lugar mi abuelo escribía cuentos, historias fantásticas y me recomendaba ser feliz aunque eso cueste la vida y se la lleve en el intento.
- Es muy lindo lo que decís Mariquela- dijo Nicanor con lágrimas en los ojos.
- ¿Por qué llorás?
- Yo vengo de un mundo muy violento, mis padres desaparecieron cuando era muy chiquitito, luchando por lo que ellos consideraban libertad y para lo cual dejaron la vida por conseguirlo- suspira desalentado y continua diciendo- Si ellos hubieran sabido que las cosas seguirían igual, que lo único que cambió fue la cantidad de seres humanos en la tierra yo creo que no se hubiesen dejado matar y yo los podría disfrutar.
Mariquela toma entre sus manos la cara de Nicanor, le seca las lágrimas con la punta de sus dedos y susurrando le dice
- Bienvenido al paraíso.
Se tomaron de las manos y ella le mostró que su equilibrio era una máscara, la máscara de los payasos, la máscara de los actores, la máscara de los mimos, la de los ilusionistas, la de las personas que temen vivir de verdad. Le contó su historia, le describió la vida en este país raro y angosto. Le contó las historias de su abuelo indio. Y lo invitó a compartir su amistad.
La luna había desaparecido en el medio del cielo cuando se separaron jurándose fidelidad eterna, estén donde estén y vayan adonde vayan.
Nicanor tomó el camino del norte y recorrió los recovecos míticos, llegó a Machu Pichu. Siguió su recorrido que terminó en México, allí se dedicó a estudiar los orígenes de la violencia humana y se convirtió en un investigador de renombre. Se casó con una nativa y tuvo hijos. Pero un día se aburrió de esa vida, se dio cuenta que extrañaba la aventura y aunque ya no era tan joven salió en busca de su alma gemela.
Al llegar a Chile la buscó por todos lados pero nadie supo qué contestarle, algunos no sabían quién era. Los más viejos del pueblo solo le pudieron decir que una tarde la vieron salir rumbo al acantilado y no la vieron volver, el que volvió fue su pangaré.
Nicanor se volvió loco, montó a caballo y recorrió todas las huellas sin encontrarla. Un atardecer vio en el horizonte a una equilibrista que caminaba en la línea divisoria entre el mar y el cielo. Era Mariquela, flotaba entre las nubes y la espuma. La llamó con la mirada del corazón. Ella se acercó en un suspiro y dijo:
- Aunque siempre te esperé, me encontré por fin: soy el eslabón perdido entre los humanos y los dioses. Siempre te amaré...
Luego desapareció entre la niebla y Nicanor se quedó llorando, montado en el pangaré, con el sol a sus pies.
(1997)

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